Ella no era diferente al resto de sus
semejantes. Era joven, relativamente guapa, las curvas de su cuerpo
recordaban a las obras de Rubens y, en bastantes ocasiones, su
concepto de si misma no era el mejor del mundo. Pero eso no le
importaba porque sabía de sobras lo que le hacía recobrar su nivel
básico de autoestima. Era algo que años atrás nadie se habría
imaginado pero que de golpe y porrazo ese algo parece ser que
se extendió igual que se extendían las epidemias en la Edad Media.

Eso que necesitaba lo podía
conseguir por si misma, pero el efecto que le producía no era el
mismo. Ella tenía que conseguirlo de una forma indirecta. El hecho
de ser ella la que lo consiguiera de forma directa le producía una
sensación de disgusto consigo misma que no le beneficiaba nada. Y
más teniendo en cuenta que eso era lo único que la salvaba de su
propia negatividad.
Su método era bastante sencillo. Para
conseguir su objetivo necesitaba que se lo ofrecieran. No importaba
que ella lo sugiriera. Muchas veces ni lo tenía que insinuar ya que
eso estaba tan extendido que a una gran mayoría de la
población también le fascinaba. Aunque seguramente no de la misma
manera que a ella.
Una vez la propuesta estaba hecha ella
entraba en un estado de euforia personal. Lo que pasaba después de
conseguir eso era siempre
parecido. Algunas veces sucedía incluso antes y eso
se convertía después en su recompensa.
Ella
sabía el motivo por el que lo hacía y lo que quería conseguir en
ella. Sabía que nunca se sentiría bien consigo misma y que eso
que le daba la felicidad
pasajera le acabaría produciendo más dolor.
Pero
no tenía otra opción. Al fin y al cabo, eso es lo que hace la
cortesana del sushi.
Por Abuga