lunes, 15 de febrero de 2016

Herida abierta

A veces tengo la sensación de que soy una herida abierta. De esas que las miras y tienen muy mala pinta. De las que por más que lo intentes no se llegan a curar y cuando parece que han cicatrizado y las tocas, notas que debajo la cosa sigue blanda y aun duele.

No es la mejor sensación del mundo, la verdad. De hecho es una mierda. Pero por suerte las cosas no duran para siempre. Y digo suerte como podría decir desgracia, pero en este caso es suerte.

Aprendes a vivir cómo si eso fuera algo normal y a veces ese dolor se intensifica. Más dolor dónde no tendría que haber eso. Pero todo suma. Todo. Pienso que sin la base de dolor, el auténtico dolor sería menos intenso. Tendría la intensidad que debería tener, con sus matices. La sensación es parecida a cuando te duele algo y todos los golpes van a esa zona. Si no doliera de antes, seguramente esos golpes no los viviríamos de forma tan intensa. Creo que es un buen ejemplo. Se nota que hoy he tomado café del bueno.

El caso es que las heridas abiertas o las cicatrices mal curadas hacen que el día día sea más difícil. Pero igual que las úlceras por presión, con un tratamiento adecuado, se puede curar. Aunque a veces el gran porcentaje de que eso ocurra depende de uno mismo/a, el resto es de ayuda externa. Ya sea una gasa con betadine o gente que nos rodea. Puede que sin darse cuenta, ni nosotros/as mismos/as, pero eso es esencial para no ir dejando un rastro de sangre por allá dónde pasamos.

Por eso es tan importante que intentemos cicatrizar bien cicatrizado cada herida. Con ayuda o sin. Por qué llegará un día en el que nos demos un golpe en esa zona dónde tanto nos dolía y mejor que no tengamos secuelas para seguir con nuestra vida de forma normal. Por qué lo normal no es que todo duela de forma exagerada, si no saber amortiguar los golpes, no que estos formen parte de nosotros/as.


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